Harry Potter y el cáliz de fuego es el nombre del cuarto libro de la saga de
J. K. Rowling. Pasó al papel en el año 2000 y a la pantalla en el 2005.
Esta entrega gira en torno al Torneo de los Tres Magos, que enfrenta a alumnos de tres prestigiosas escuelas de magia a lo largo de todo un curso con una serie de pruebas que ponen a prueba a los jóvenes magos. Harry, el participante más joven, deberá hacer uso de todas sus habilidades para salir con vida.
Rowling sigue el camino hacia la oscuridad comenzado en el libro anterior (la película sería por primera vez calificada para mayores de 13 años) para escribir el libro más largo de los siete que componen la saga. Harry y sus amigos ya no son niños, y a los problemas con la magia se suman los de cualquier adolescente de hoy en día.
La película fue dirigida por el británico
Mike Newell (
Cuatro bodas y un funeral), recomendado por el propio Alfonso Cuarón, director de la tercera parte (quien no pudo dirigirla por estar a cargo de
El laberinto del fauno) y el resultado es, en mi opinión, la peor película de la saga con diferencia.
Newell trata de mezclar humor, terror y fantasía logrando un humor de vergüenza ajena, un terror barato y una fantasía relegada a un segundo plano. El guión olvida multitud de partes importantes del libro y añade otras carentes de interés.
Los personajes resultan, por primera vez, algo repelentes y, en muchos casos, se cambia su personalidad con respecto al libro (como en el caso de Cedric Diggory, interpretado por el vampiro de moda,
Robert Pattinson). Destaca positivamente la llegada de
Brendan Gleeson, como el extraño profesor
Ojoloco,
Miranda Richardson como la graciosa y malvada periodista Rita Skeeter y
Ralph Fiennes, quien encarna a Lord Voldemort, el villano de la saga, al que por fin ponemos cara.
Sin embargo, un reparto extraordinario y unos buenos decorados -la única nominación a los Oscar que recibiría la película pertenece a la categoría de mejor dirección artística- no es suficiente para salvar una película terrible desde el primer minuto que sólo gustará a aquéllos que, sin haber leído el libro, se dejen impresionar por los magníficamente creados dragones y sirenas.